Crítica a La Carretera de Cormac McCarthy
El escenario es desolador: en un Estados Unidos post-apocalíptico un padre junto a su hijo van empujando un carrito de supermercados – en donde llevan sus pocas pertenencias – por una silenciosa y perturbadora carretera con destino a la costa, al sur, para huir del frío.
A grandes rasgos ese sería el argumento de la última novela de Cormac McCarthy: La Carretera (2007) ganadora del prestigioso premio Pulitzer. Hablando de premios y para refrescar un poco la memoria, no hace mucho la película No hay lugar para los débiles (la horrorosa traducción latina de No country for old man) dirigida por los Hermanos Cohen se llevó la estatuilla de la mejor película en la versión recién pasada de los premios Oscar, la cual está basada en la novela del mismo nombre de Cormac McCarthy. He aquí al reemplazante natural de Paul Auster – en sentido de boom - y que posee el desquiciado hermetismo que tanto nos gusta de los narradores norteamericanos, sumándose a J.D Salinger y Thomas Pynchon quienes se han borrado del mapa y su única conexión con la realidad es presentada en forma de novela.
Al despertar en el bosque en medio del frío y la oscuridad nocturnos habían alargado la mano para tocar al niño que dormía a su lado. Noches más tenebrosas que las tinieblas y cada uno de los días más grises que el día anterior
Así comienza La Carretera, esa es la atmósfera del espacio en el que se encuentran sobreviviendo padre e hijo, de los cuales no sabemos sus nombres ni prácticamente nada de su pasado, salvo el ambiguo flash back que el narrador nos entrega sobre el posible suicidio de la madre y esposa de nuestros protagonistas, al no ser capaz de soportar la tierra baldía en que se ha transformado su hogar.
Este recuerdo a la larga nos sirve para calcular que el mundo civilizado se ha extinguido hace unos 10 años – ya que el niño ha nacido un poco antes de esto – han muerto la mayoría de las personas, llueve sin parar – una temporal más gris que nunca- y se han extinguido cualquier clase de animal o vegetal que conociésemos. El hermetismo del narrador poco y nada nos entrega acerca de la razón que ha acabado con el mundo, aunque se dan algunas luces, que podría haber sido por un holocausto nuclear. Para lo que esperaban una novela llena de zombies y extraterrestres- como cualquier holocausto visto por Hollywood – olvídelo, en La Carretera sólo veremos humanos comunes y corrientes – como tú y yo – que practican el canibalismo para no morir de hambre en un mundo que, honestamente, ya no vale la pena sobrevivir por él.
Las cartas ya están sobre la mesa: recibimos el mínimo de información de parte del narrador, sólo tenemos la punta del iceberg y dependerá de nosotros -como lectores- construir, interpretar y especular lo que esconde McCarthy.
Ahora nos unimos junto a la pareja de protagonistas en su viaje con destino a la costa, no sabemos cuál es la razón que lo motiva a ir hacia allá ¿Tendrá aún esperanzas? Él ya ha perdido todo tipo de esperanza, lo único que lo motiva a seguir sobreviviendo es proteger a su hijo de la presencia de terceros. Ese se transforma en su principal objetivo.
- Tenemos que apartarnos de la carretera
- ¿Por qué, papa?
- Alguien viene
- ¿Los malos?
La construcción de la novela utiliza constantemente este tipo de diálogo para mostrarnos la interacción entre padre e hijos y como a lo largo de la novela se va desgastando esta relación con la ausencia del diálogo, el fin más próximo del lenguaje.
Otro rasgo estilístico interesante es el narrador neutro que sostiene a la novela; sus descripciones del espacio o las acciones que se van ocurriendo son relatadas como si estuviéramos leyendo una película: palabras como imágenes en movimiento.
La economía de la prosa de McCarthy cercana al minimalismo de Ernest Hemingway nos permite seguir un relato objetivo, pero esa frialdad matemática de narrar no será impedimento para transmitirnos la angustia, el miedo, el hambre y el frio de los protagonistas, logrando que el lector comienza a sentir como ellos, transformándose en uno más de los sobrevivientes.
Se sentó en la carretera a mediodía con la mejor luz que iban a tener y cortó las suturas con las tijeras y devolvió las tijeras al botiquín y sacó las pinzas. Procedió a arrancar de su piel los pequeños hilos negros, presionando con el pulpejo el dedo gordo. El chico lo observaba sentado en la carretera. El hombre sujetó los extremos de los hilos y con las pinzas lo fue sacando de uno en uno. Puntitos de sangre. Cuando hubo terminando guardo las pinzas y tapó la herida con gasa y luego se levantó y se subió el pantalón y le pasó el botiquín al chico para que lo guardara.
De esa forma opera el narrador: se preocupa de detallar minuciosamente todos los movimientos del monótono vagar de los protagonistas con extensas frases que las conecta a través del ilativo “y” en vez del uso de las comas u otro signo de puntuación, permitiendo de esta manera que la narración adquiera otro ritmo. Este recurso que utiliza McCarthy cumple el rol del paso de una escena(o secuencia para ser más precisos) a otra que es característico en la narración cinematográfica, dando como resultado imágenes en yuxtaposición que enriquecen el relato literario.
Pareciera que la humidad después del fin ha vuelto al comienzo. A la época primitiva donde quien lleva el fuego tiene el poder. ¿Será ese nuestro destino?
La carretera es de esas novelas que uno se niega a terminar, dosificando en lecturas de quince páginas diarias para mantenerse el mayor tiempo posible en ese ahogante universo. De una u otra forma somos como los sobrevivientes, nos sentimos especiales por el sólo hecho de estar ahí. Nadie puede negar que por su cabeza no ha pasado esa sublime fantasía de ser el último hombre en pié de lo que quedó del mundo.
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