ASÍ DESPERDICIÉ MIS VACACIONES VERANIEGAS
revista COLORS, otoño 2004
por Geoff Dyer
¿Donde están los mejores lugares del mundo para drogarse? Bueno, depende de las drogas, por supuesto, pero hablando en general, un sitio calido con cielos despejados y azules- y donde no haya muchas posibilidades de meterse en líos- suele funcionar. Grozny en enero seria un pésimo lugar para tomar drogas de cualquier tipo. En Arabia Saudi, aunque soleada, corres el riesgo de terminar paranoico. Muchos hablan maravillas de Ibiza y Ámsterdam sigue siendo un destino privilegiado para quienes andan buscando un fin de semana festivo a base de hongos o un amplio repertorio de marihuana. Para los mas atrevidos, las expediciones especificas paraje-y-sustancia- Iboga en Gabón, Ayahuasca en Amazonia-están cada vez mas solicitadas. Estos viajes, sin embargo, no son para las almas sensibles.
Pero qué me dicen del viajero psicoactivo moderado, el tipo que aprecia fumar hierba y no le hace ascos, venido al caso, a tomarse ocasionalmente un tripi de ácido; un tipo para quien bucear con un tubo en las cristalinas aguas turquesas de las Bahamas es delicioso, pero para quien bucear con un tubo en las cristalinas aguas turquesas de las Bahamas ciego de porros es uno de los placeres supremos de la existencia.
Esta es la premisa básica. Cualquier experiencia, por muy fantástica que sea, puede intensificarse siempre con drogas, o –y que sencilla seria la vida de lo contrario-recortarse debido a ellas.
Tomemos por ejemplo el valle de
El filosofo francés Michel Foucault probo el ácido por primera vez en 1975, en Zabriskie Point, en el parque Nacional Valle de
Hace unos años, en San Francisco, un psiconauta madurito resumió muy acertadamente lo que mejor caracteriza a
Puesto que viaje de ácido integral no es moco de pavo, el autor pensó que podía limitarse a fumar un montón de porros en el Valle de
Algo parecido ocurrió en Hampi (India). Antiguamente conocida como Vijayanagara, Hampi es famosa por unas ruinas que pueden dejar algo decepcionado. Porque las ruinas están hechas polvo. Solo tras trepar por alguna cima de los alrededores se aprecia hasta que punto merece Hampi su lugar en el mundo de los circuitos de los mayores colocones. El paisaje peñascoso es una autentica locura: no tiene sentido. Parece todo un colosal apilamiento, peñascos sobre peñascos todavía más grandes. Y llegas a la conclusión, en una súbita iluminación post-bong, que el planeta en si no es mas que un enorme peñasco muy poblado. Acabas repitiendo la palabra para tus adentros
-peñasco, peñasco- hasta que, o se vacía de significado o adquiere semejante densidad semántica. Como si fuera peñascoso de significado- que deja sin sentido al mundo circundante y, de hecho, no existen mas que peñascos. “Los peñascos son cojonudos”gritas. “ ! No hay mas peñasco que el peñasco!”
El rio Tungabhadra deambula entre los todavía activos templos hindúes de hampi Bazaar y brilla bajo el sol como la ciudad perdida de los Incas.
¡Que lugar! Cuando el autor lo visitó hampi se estaba convirtiendo en una especie de vástago de Goa porque comenzaba a arraigar una escena trance.
La noche de luna llena debía celebrarse no se que fiesta del otro lado del rio, en Virupapuragadda, el paraje favorito de los aficionados israelíes a la trance dura. El autor llego justo al amanecer, pero por supuesto la fiesta todavía no había arrancado. Aunque daba igual. Estaba encantado de fumarse unos canutos y salir a escalar peñascos. Hampi es uno de aquellos destinos donde nunca es demasiado pronto para ponerse morado de porros, y fue estupendo ir a trepar en ese estado
El sol se levantaba oblicuamente sobre las rocas. Las sombras se desplegaban, se estiraban y poco a poco comenzaban a moverse a su alrededor. Era perfecto- salvo que la combinación del colocon y de la necesidad de concentrarse mientras subía conspiro en su contra hasta hacerlo superconsciente de donde ponía las manos mientras subía las rocas y, en cuanto empezó a pensar donde ponía las manos, comenzó a temer poner las manos sobre una serpiente tostándose al sol naciente. A partir de ahí, por supuesto, faltaba poco para comenzar a obsesionarse con que todo aquello estaba lleno de serpientes, es mas, que estaba plagado de serpientes y que era mejor dejar de trepar, que seria mucho mejor quedarse ahí, en un estado de alerta de intensidad patológica (es decir, de terror absoluto).
Es que el que tiene un cuelgue con las serpientes, oigan-aunque la verdad es que tiene un cuelgue con muchas cosas y, por eso, para el, la experiencia con las drogas es como un ejercicio en la cuerda floja-. Y no es que esto haya mermado ni siquiera remotamente su fé en los beneficios del narcoviaje; la cantidad de veces en que el autor habría preferido no estimular con narcóticos su capacidad de asombro ante un paisaje supera con creces a las veces que ha lamentado no poder hacerlo. El lugar más psicodélico que ha visitado el autor esta cerca de Sossusvlei, en Namibia. Enormes dunas de arena roja se despliegan hasta el infinito. Eso ya de por si increíble, pero lo mejor es Dead Vlei: una deslumbrante laguna seca, moteada con acacias muertas, ceñida a tres bandas por dunas rojas-todo ello bajo un cielo de un azul intenso-. Este lugar es todavía más alucinante que el Valle de
Porque de lo que se trata y lo que andamos buscando es la exaltación- un lugar donde disolverte en el paisaje y abstraerte de tal forma que olvides hasta tu propia presencia-. Ese es el objetivo: ver sin ser, ser lo que se ve.
El desierto es un paraje natural donde explorar el potencial para alcanzar este tipo de estado, aunque también lo son, por razones de afinidad, las ruinas de la antigüedad griega y romana. Gracias al implacable expansionismo del Imperio Romano, espectaculares ejemplares salpican todo el norte de África (Leptis Magna en Libia, Volúbilis en Marruecos) y Oriente Medio (Palmira en Siria, Baalbek en Líbano).
Aunque la verdad es que
Es difícil decir por qué combinan tan bien la psicodelia y las ruinas de la antigüedad clásica, pero probablemente tenga que ver con la conjunción de diferentes tipos de intemporalidad. Esto es además lo que tienen en común con los desiertos: están fuera del tiempo. Son su propio corolario. Las ruinas, por otra parte, son lugares donde el tiempo ha resistido. En un día claro y caluroso, la visión de las columnas antiguas enmarcadas por un cielo azul es como un atisbo, no del tiempo detenido sino del tiempo inmóvil. En el punto culminante de un viaje-si todo va bien- entras en una fase donde no existe el tiempo. En otras palabras, la experiencia psicodélica comparte con el desierto y con las ruinas de la antigüedad clásica un silencio y una quietud especiales. Experimentar ambos a la vez es estar herméticamente sellado en un mundo de ensueño que ninguna presencia humana, ni siquiera la propia, puede alterar.
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