Ostrario : La Hora Muerta (Road to Syd)

jueves, 25 de enero de 2007

Un Verano Eterno Con Syd

David Gale relata "Un verano eterno con Syd". Gale, quien era vecino cercano de Syd, nos deleita con una crónica de las vivencias ocurridas durante una tarde de verano de 1965. El protagonista principal, por supuesto, es Syd.

De niños David Gale y Syd Barrett eran vecinos cercanos en Cambridge. Se volvieron amigos cuando eran adolescentes. Gale ahora es un dramaturgo y escritor independiente.

"En una tarde de verano en 1965, Syd, Paul, Storm , Imo y yo estabamos sentados en el plácido patio trasero de la casa de mis padres en Cambridge. Mis padres se habían ido a Australia por seis meses y yo había convertido la impecable casa en un hotel rebelde. Syd y Paul vivían a la vuelta de la esquina y solíamos "escuchar Jimi Hendrix" y hablar acerca de Jack Kerouac juntos. Syd, un estudiante de arte, estaba involucrado con una banda llamada Pink Floyd y su trabajo recién estaba empezando a ser notado. Era un hombre sin malos genios, deleitado por las absurdeces de cada día, brillante, carismático y sereno en todo momento.

Temprano ese día Syd y Paul habían ingerido una dosis heróica, como de costumbre, de LSD, en un terrón de azucar. Syd se había reído nerviosamente por un rato y luego se volvió comtemplativo. Había encontrado, en la cocina de mi madre, una ciruela, una naranja y una caja de fósforos. Estaba sentado de piernas cruzadas en el cuidadosamente cortado pasto, cobijando
gentilmente los objetos en sus manos, estudiándolos profundamente. A ratos sonreía ante ellos en una forma amistosa.

Syd estudió estos objetos por cuatro horas. Paul lo encontró dañino. Atropelló a Syd, le arrancó la ciruela, la naranja y la caja de fósforos y saltó una vez tras otra sobre ellas, rugiendo jovialmente. Syd estalló en risas y Paul empezó a perseguirlo alrededor del jardín. Corrieron hacia la casa donde Paul quitó la ducha de su soporte, encendió el agua fría y procedió a empapar a Syd. Jugaron juntos como niños de seis años, forcejeando, chapoteando, arrancando sus
poleras, abriéndo las ventanas a golpes y vociferando suavemente hacia el reposo de un atardecer lleno de hojas.

Tal como las letras de sus canciones, el humor de Syd era ambos sutil e ingenuo. En una ocasión
estabamos dando vueltas alrededor de Cambridge en el viejo Studebaker de Storm cuando alguien observó que algo o algún otro estaba 'rancio' ('rancid'). Syd instantáneamente gritó 'Bien Corrido, Syd' ('Well ran, Syd') y el auto serpenteó a lo largo de Hills Road mientras todos nos reíamos a carcajadas placenteramente. Era la forma en que él les decía.

También se sabía una cantidad enorme de dichos. Solíamos ir a un tenebroso pub llamado The Criterion, lleno de extranjeros, beats, estudiantes (en alto disgusto), gente del servicio estadounidense y bajos pero psicóticos jóvenes de la cancha car breaker. Era sabio ir al baño de a dos y fue ahí donde nos vimos de pie junto a dos melenudos extranjeros discutiendos sus prácticas sexuales favoritas. Con un tono grave, en absoluto conocimiento de causa, el más alto dijo "A mi me gusta en la cabeza". Aunque mi mente estaba firmemente concentrada en una concentración de pedazos de desinfectante blanco en el rancio urinario junto a mi, no podía evitar notar que mi acompañante estaba sacudiéndose incontroladamente. Por meses antes de eso, cuando uno, por ejemplo, terminaba de pagar por una ronda de tragos y preguntaba '¿Y qué hay de ti, Syd?', el se negaría, de una forma firme pero afectuosa: 'Me gusta en la cabeza'. A veces cuando una conversación tambaleaba el asintía sabiamente y, a pito de absolutamente nada, lo volvía a decir. Su propia risa - se reía de sus propios chistes con una cierta gracia - era desarmante.

Syd se mudó a londres un par de meses después y yo me uní a él. Compartíamos un piso con agua fría justo al lado de la cancha de Tottenham. La pieza era de unos 12 por ocho con una
colchoneta junto a cada pared. Al final del día Syd y yo nos recostabamos y discutiamos nuestras experiencias en la gran ciudad. Habíamos diseñado un sistema de puntos por evaluar a celebridades que habíamos visto en la calle. Recuerdo a mi avistamiento de Petula Clark siendo evaluada con un cinco (del uno al diez) mientras que Hank B Marvin, de Syd, obtuvo un siete.

En otra ocasión fuimos al zoológico de Londres y nos quedamos anonadados con el espectáculo de un orangutan que usaba un dedo peludo para premiar pedazos de mierda de su culo y hacerles una caravana hacia su boca. Syd esbozó un esquema del incidente y lo colgó de la pared. Tenía una gran economía de lineas y una elegancia composicional considerable.

Toda esta brillantez lo dejó. Mientras los alucinógenos y los depresivos lo atravesaban se volvió melancólico con sus amigos y una pesadilla profesional para la banda. No estaba siendo ayudado por la romántica cultura de locura que lo rodeaba - una intencional malinterpretación del revolucionario pero glamoroso trabajo de RD Laing presuadió a muchos a su alrededor, incluyéndome, convenciéndolos que era, digamos, poco apropiado interferir con las voladas de Syd porque estaba como en un... viaje.

Hacia 1967 Syd Barrett había consumido tanto ácido que su belleza y su gracia se habían
extinguido. Se posaba arítmicamente sobre el escenario rasgueando una desafinada guitarra, su pelo 'talco' (talcomo amaneció), delineador negro escurriendo por sus mejillas pálidas, enfrentando a sus fans con una oscura mirada perdida en el horizonte. No sólo Syd, sino también el resto de la banda, estaban al límite de sus ingenios. Lo dejaron ir, después de desvanecerse quedando mudo e inalcanzable en Earls Court por un rato, caminó de vuelta a casa a Cambridge. Con la ayuda de su hermana Rosemary evitó el mundo en una pequeña casa por varias décadas.

Antes de que Syd dejara Londres lo veía de vez en cuando en la calle. Miraba directamente a través de mi. No parecía haber blanco en sus ojos. Nunca lo volví a ver.

Es tentador leer el episodio en el jardín con un temprano signo de introspección que luego lo consumiría. Esto conlleva nuestra subscripción al análisis de una 'bestia en el subterráneo', en el cual la brillantez de Syd era meramente un pañuelo cubriendo un desastre psíquico esperando por suceder. Otra vista es que el ácido distorsionó su mente por siempre. Aparentemente no hay ningún aparato de diagnóstico confiable. Lo describimos como una 'baja del ácido' y lo
dejamos así.

Pero luego está la foto. El icónico tortuoso retrato al natural. Claramente Syd sirvió un propósito. Nos da, por 40 años, algo muy satisfactorio. La imagen de escapar sin muerte. Está vivo pero tranquilo cmo muerto. Syd es inmortal. Esto es terriblemente llamativo. Es llamativo en un golpeado e incrédulo Pete Foherty: es posible morir sin necesariamente irse. Lo mejor de ambos mundos.

Syd era adorable. Hay fotos adorables de él. Sonriendo, maravilloso, riéndose. Así es como lo recordaré.

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